Alfonso Orejel
Abandonó su pecera materna en 1961, en un pueblo habitado más por espectros que por seres humanos, llamado Los Mochis, antes de que Sinaloa fuera envuelto por las llamas. Vivió en una enorme casa cuyas escaleras ascendían a un territorio que era la morada de las nubes o que descendían a las entrañas de la oscuridad.
Durante su infancia lo acompañaron herma- nos que compartieron los mismos miedos y placeres mundanos, así como maniquíes que cobraban movimiento al sentirse arropados por la noche. Su mayor influencia literaria no fue Poe ni Bradbury, sino su mamá que era un venero caudaloso de historias entrañables y siniestras. Los libros y los discos de acetato abandonados por los hermanos ausentes le abrieron ventanas a otros mundos. Un espejo con una cicatriz, le abrió la puerta a otro submundo. Le gusta explorar el lado oscuro de la infancia y la adolescencia, y expulsar los demonios que suelen habitar a sus protagonistas. Nunca soñó con convertirse en escritor, y tal vez ni lo sea.